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18 (Acto I) 02:33
Rondaba la medianoche por los bajos fondos de La Ciudad. Ella caminaba a paso decidido, con la mirada perdida avergonzadamente en el infinito. Todos la miraban con ojos inquisidores duros cual pena de muerte. Al pasar por una tienda de comestibles el dueño que se encontraba en la puerta limpiando y fumando un insípido cigarrillo la examinó de arriba abajo mientras chasqueaba la lengua. La conocía desde que era una dulce niña que todos los domingos se gastaba el dinero de misa en caramelos. Entró en la tienda tras un profundo suspiro con la cabeza agachada. Ella seguía andando mientras las luces de neón iluminaban sus finas piernas. Aquella falda tan corta hacía que se muriera de frio, y andaba al son de un monótono castañeo de dientes. Pasó por una cancha de baloncesto en la que un grupo de individuos se calentaban alrededor de un contenedor que hacía de improvisada estufa mientras compartían una botella de Jack Daniels, probablemente escamoteada de algún colmado del barrio. Cuando la vieron pasar empezaron a piropearla a base de borderíos, rimas inmaduras y juegos sexuales bastamente arriesgados. Ella ni se inmutó, seguía intentando viajar rumbo al infinito. Recorría su barrio, el que había sido su hogar durante aquellos dieciocho años. Reconocía las tiendas, los portales, los jardines que habían sido el “atrezzo” de su día a día, mas ahora no había tiempo para recuerdos banales, y mucho menos para sentimentalismos. Allí estaban las vías del metro, los bares donde los hombres se gastaban el sueldo en una cirrosis a largo plazo mientras que las mujeres a base de silencio y lágrimas aguantaban a aquellos bravucones machos. ¿Qué hacer, cuando la vida no da esperanza? ¿Qué hacer cuando Dios deja de cuidar de su rebaño? ¿Qué hacer cuando el pan falta en una casa a punto de ser embargada? Acababa de llegar a su destino. El callejón parecía frio, pero los motores de ventilación del bar le calentaban a base de un sucio y fétido aire. Pronto recibió al primer cliente de la jornada, de la semana, del mes, del año… De su vida. Y mientras el hombre de Neandertal irrumpía en el monte de Venus una lágrima se esbozaba en su tierno rostro de niña convirtiéndose en mujer, con todo lo que conlleva.
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Interludio 04:07
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18 (Acto II) 02:58
Se despertó entre sudores fríos. Había tenido una de tantas pesadillas, aunque ya no distinguía la vida del sueño. Se encontraba inmóvil, mirando el oscuro techo que proyectaba las sombras ininteligibles de la habitación. Se giró para ver qué hora marcaba el reloj. Eran las cuatro de la mañana. La ventana estaba entreabierta. Se oían los ruidos de la Gran Ciudad. Un coche acababa de pasar a toda velocidad, cual saeta en llamas. Un perro estaba ladrando en una esquina. Al rato unos pasos sonaban en la lejanía. Aquel paso marcial se introdujo en su cabeza y le estuvo atormentando, martilleando su sien a un ritmo preciso y exacto. Se incorporó en la cama. Le dolía la cabeza, y su boca estaba seca. Tenía los labios hechos polvo y agrietados. La más mínima sonrisa y su boca se deshacería en mil pedazos, pero para ella no era problema. Hacía mucho que no sonreía. Probó a levantarse. Le temblaban las piernas de una manera grotesca. Apoyándose en las paredes consiguió llegar al cuarto de baño. Acto seguido encendió la luz, y esta penetró en sus ojos, dejándola por un instante ciega. Cuando se le pasó se miró en el espejo. Era un saco de huesos y pellejo. Ya nadie encontraba atractiva su figura, y podía pasarse noches sin un solo cliente. Tenía una tez pálida y cadavérica. Unas profundas ojeras sostenían sus ojos, que aun tenían restos de maquillaje. Dejó caer la blusa que llevaba puesta y contempló su cuerpo desnuda. Estaba acabada, sola y acabada. Abrió un cajón y empezó a buscar nerviosamente algo mientras tiritaba de frio. Por fin encontró lo que buscaba. Admiró durante un instante la silueta de aquella jeringuilla. Era blanca y fina, como ella. Tenían tanto en común que podrían haber pasado por hermanas. Se sentó en la taza del váter y estiró el brazo, aquel trozo de carne casi inerte con tantas marcas como hoyos tiene un campo de batalla. La jeringuilla entró perfectamente, como la seda. La piel no opuso resistencia. Empezó a apretar. Ya casi estaba. Terminó de administrarse su dosis. La dejó en el lavabo y se volvió a mirar en el espejo. En aquel instante se desmoronó. Eran las cuatro y cuarto de la mañana, y desde la calle no se oía como una chica de diecinueve años sollozaba de cuclillas en un cuarto de baño. Todos dormían. A nadie le importaba.
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Cual barco perdido en la tormenta, vagaba ella por las calles de la Gran Ciudad. Quizás fuera martes, o tal miércoles, aunque el tiempo había dejado de correr para ella. Definitivamente la cordura había abandonado aquel frágil cuerpo de diecinueve años. Se tambaleaba por la avenida cayendo constantemente al suelo. Llevaba puesta una blusa con restos de orín y vómitos secos, y olía peor que el aliento del demonio más cruel. Se había decidido a salir de aquel apartamento, de aquella celda, de aquella jaula, de aquella vida. Quería ser libre como un pájaro. Una sonrisa amarilla a la que le faltaban la mayoría de los dientes se esbozaba por momentos en su rostro. Hacía meses que no contemplaba la luz del sol, y le resultaba cómodo el efecto de bienestar que le proporcionaba esta. En su cabeza no paraba de oír que todo iba a salir bien. En una esquina unos brazos agarraron su pelo y su cuello y tiraron de ella en dirección a la oscuridad. Unos hombres de una edad de no más de cuarenta años se mofaban de ella. No paraban de zarandearla y de burlarse: -¡Vamos, mala puta! – decía uno de ellos- ¡Dame lo que quiero! ¡Baila para mí! El callejón estaba lo suficientemente protegido como para que aquella fechoría llegará a los ojos de la legalidad. Mientras empujaba a la chica al suelo, uno se quitaba el cinturón: -¿Acaso no me has oído, zorrita? ¡Estás tardando en desnudarte! ¡Vamos, quítate eso! Acto seguido le propinó un duro latigazo con el cinturón, mientras todos reían. Ella ni se inmutó, y seguía de rodillas en el suelo. Sus ojos estaban perdidos en el rostro de su agresor, mas estos no reflejaban odio, ni clemencia acaso, sino una impasible serenidad, la serenidad que desprende la mirada de alguien que ha regresado del mismo infierno. El más joven de sus acosadores, un crio de veinte años se apresuró a quitarle la blusa que llevaba. Se quedaron pasmados cuando contemplaron aquel cuerpo blanco, sucio, esquelético y lleno de marcas de agujas. Una macabra sonrisa apareció en su tez mientras murmuraba: -¿Qué os pasa? ¿Acaso no os parezco atractiva?- murmuró con una voz tan estropeada como sus puntas- ¿Encontráis sentido así a vuestras patéticas vidas? -¿Y tú hablas de patetismo?- dijo uno de ellos- ¡Solo tienes que mirarte! ¡No tendrás ni veinte años y pareces un puto muerto viviente! - Admiradme, observad mi ser, porque vosotros habéis creado esto que soy. Solo soy un objeto, un objeto estropeado por la sociedad. No apreciaréis ternura en mi mirada, ni sensualidad en mi cuerpo, y sin embargo queríais violarme. ¿Acaso eso os convierte en algo más horrendo y nauseabundo que yo? -¡Maldita sea!- gritó uno mientras se secaba un sudor embarazoso- ¡Está loca! ¡Hay que callar a esta jodida perra! - vociferaba mientras le pegaba una patada a su cara. -Creo que te has pasado, cabrón – le decía el compañero mientras le susurraba al oído y le agarraba del cuello. -¡Bah, tonterías! – Exclamó – esta putita aguanta todo lo que le hagan. De repente aquel rostro hundido en el suelo, aquella cabeza agachada de manera sumisa que no paraba de escupir sangre, comenzó a levantarse solemnemente. La grotesca sonrisa falta de dientes volvió a intimidarles. -Sí, es cierto. He aguantado cosas que a vosotros os harían estremeceros y llorar- paró para escupir un poco de sangre- He sufrido el peor de los martirios posible, he aguantado la tortura más horrible posible: Despertar cada mañana. ¿Creéis que lo que me hagáis ahora me haría sentir algo? ¡Maldigo vuestra existencia y la de este mundo que me ha convertido en lo que soy! Nada más pronunciar esas palabras volvió a agachar la cabeza y comenzó a sollozar. Aquella camarilla de indeseables se había quedado petrificados en su sitio. No reaccionaron hasta pasar unos segundos: -¡Tíos, vámonos de aquí! ¡Esta tía está como una puta regadera! Corrieron todos en retirada huyendo de aquella escena tan perturbadora. Ella no paraba de llorar y se hizo un ovillo en el suelo. Escondió su cabeza entre sus piernas y siguió llorando. Quería dormirse. Dormir y no volver a despertar.
8.
Well there's a man and he's riding a horse He's trying to touch the sun with no remorse In the middle of the far far West in no man's land He's trying to survive, with a pair of fags. He's the son of the sand, he's a son of the wind. He's an outlow spirit, in no man's land. Well there's a cowboy, in my TV. He's a wild gentleman, a smoke machine. Please, mr Cowboy, give me a cigarette and here's a blues for you that you must not forget.
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La mezcla perfecta entre literatura y rock. Una obra conceptual sin igual.
Agradecimientos a Amazin' Migueltrojan.

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released December 9, 2013

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This is an Experiment Cádiz, Spain

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